martes, 4 de diciembre de 2007

Promotor: Juan Pedrayes: Recuperación de la autogestión de La Parroquia

Un verdadero avance en la organización del medio rural precisa una serie de importantes cambios administrativos, la recuperación de algunos modelos tradicionales de gestión territorial y una adecuación económica a los tiempos modernos. Desde el FAR queremos promover una reforma territorial inteligente y profunda que consiga emancipar al medio rural de la tutela paternalista de las administraciones centrales, de las cuales depende en la actualidad, devolviendo a las Parroquias una buena dosis de su antigua capacidad de organización, pero adaptándola a la realidad económica actual.

La PARROQUIA es una asociación tradicional vecinal unida por lazos económicos y sentimentales que consta, generalmente, de un conjunto de aldeas, barrios y caseríos. La parroquia fue una antigua unidad fiscal, y es el mosaico básico sobre el que se debe volver a ordenar el territorio rural de Asturias. Aunque nuestro estatuto de autonomía recoge la realidad de la parroquia asturiana en su artículo 6º.2: “Se reconocerá personalidad jurídica a la parroquia rural como forma tradicional de convivencia y asentamiento de la población asturiana”, la realidad es la de su olvido constante desde la aprobación del Estatuto de Autonomía en 1981. Las palabras que reconocen a la entidad parroquial están huecas de significado, y ni siquiera la descripción que se hace de este espacio coincide con lo que marca la tradición. Mientras se contempla digamos que simbólicamente en el estatuto, se prosigue el proceso de derrame de las propiedades comunales iniciado en el siglo XIX y, sobre todo, el XX, eliminando uno de los factores más determinantes de la organización parroquial. La Aldea queda subordinada a los concejos, y ha sido desatendida sucesivamente tanto por cuestiones ideológicas como por falta de recursos, con lo que su situación de desigualdad y subordinación ha crecido exponencialmente.

En todo este proceso la Administración ha contribuido, potenciando lo urbano/moderno frente a lo rural/atrasado. No ha habido políticas progresistas ni ambiciosas, limitándose a repartir las subvenciones de turno como único parche. Los programas europeos Proder y Leader han sido absorbidos básicamente por el Turismo Rural, y no se ha avanzado nada en proporcionar a la población rural leyes que sirvan para que ella misma genere riqueza. En definitiva, seguimos anclados en una visión paternalista de La Aldea Asturiana. Sin embargo, existen en la actualidad algunas leyes a partir de las cuales avanzar en la gestión vecinal de los comunales, al menos en algunos ámbitos. Así, la Ley Forestal de 2004 abre la mano en la recuperación vecinal de los montes en pro de una gestión forestal más eficaz.

Lamentablemente, en el nuevo “Programa de Desarrollo Rural Feader (2007-2013) del Principado de Asturias” no se atisban innovaciones estructurales. Cuenta con unos fondos de 690 millones de euros, de los cuales el 15 % serán destinados a jubilaciones anticipadas, 140 millones para ayudas a la silvicultura y creará una nueva línea de subvenciones (70 euros/hectárea) para aquellos ganaderos con explotaciones en parroquias cuya población sea inferior a 20 habitantes por kilómetro cuadrado. Si no se se promueven correctamente las posibilidades legales de la Ley Forestal, todo indica que será más de lo mismo, pues se mantiene el criterio de las subvenciones a fondo perdido, afianzando el concepto de tutela y arrinconando la idea de emancipación.


Se debe luchar para frenar la desagrarización del campo en Asturias, entendida como un proceso "de ajuste ocupacional, reorientación de la obtención de ingresos, identificación social y reubicación espacial de los habitantes de las regiones rurales, lejos de las estrategias de vida estrictamente marcadas por la agricultura y ganadería”.
La falta del prestigio social, los escasos beneficios en proporción al trabajo empleado y una ineficaz política de adaptación a los tiempos modernos han llevado a la improductividad al medio rural. No se han adecuado nuestras explotaciones a la cadena de producción, y una inadecuada comercialización de los recursos generados es su talón de Aquiles.


El Turismo Rural es una actividad no agrícola, perteneciente al sector terciario, que ha diversificado las rentas agrarias y generado altas dosis de autoestima, pero que estructuralmente ha sido uno de los mayores procesos desencadenantes de la desagrarización en Asturias. El PIB del Turismo asturiano el año pasado fue el 10,4 % del total; y sigue aumentando, pero lo hace a costa de la pesca, la agricultura y la ganadería, cuestión importante olvidada de continuo en la interpretación de las estadísticas. Diremos que en el siglo XXI no existen ni el Turismo Ecológico ni la Arquitectura Sostenible, dado que por definición son imposibles al suponer siempre una agresión a la Naturaleza, agravada irremediablemente por la gran escala e intensidad de esas intervenciones, propias de nuestro tiempo. La escala, la magnitud de los fenómenos en la sociedad de masas en que vivimos son difícilmente manejables.

El comportamiento como pueblo de un grupo humano tiene numerosas ventajas competitivas en un mundo globalizado. Esta estrategia puede servir muy bien para La Aldea Asturiana, en ese espacio alejado de la especulación mariñana y de la conurbación central.

3. ESTATUTO PARROQUIAL


Uno de los cantos de sirena que oímos en cuanto se habla dos minutos de La Aldea Asturiana es el ensalmo de fijar población. Para que ocurra ese milagro La Aldea tiene que administrar riqueza (que es una cosa muy distinta a recibir subvenciones). Y para ello, parece claro, que la Junta General debería crear un Estatuto Parroquial, desde una perspectiva moderna, pero con un conocimiento profundo del mundo asturiano, que evite sus puntos débiles y desarrolle sus potenciales. Recordemos que el Estatuto define a la parroquia como ¡forma tradicional de convivencia y asentamiento de la población asturiana! El municipalismo actual, que creció a costa de La Aldea, tiene munchos inconvenientes; el principal es concentrar el poder en clases políticas con objetivos no siempre coincidentes con los intereses de los vecinos. Hace falta una parroquia fuerte, donde el concejo abierto lidere la gestión comunitaria de esa estructura territorial, con 800 años de historia registrada, a la que hace demasiado tiempo le estamos dando la espalda. Algunos usos que se desarrollan dentro de sus límites pueden gestionarse colectivamente. El uso de actividades especializadas en un territorio marginal, donde los vecinos son los socios de una compañía en régimen de cooperativa; donde hay un funcionamiento individual de cada actividad con una base estratégica común. Este sería el verdadero desarrollo endógeno del que tanto se habla en el desarrollo rural municipalista (endógeno, adj. Que se origina y nace en el interior, como la célula que se forma dentro de otra).


El Estatuto Parroquial fijaría una nueva matriz jurídica, una ley orgánica con una importancia y ambición similar a leyes como la del suelo o la de patrimonio, basada en el desarrollo del derecho consuetudinario asturiano. Quiero pensar que la tardanza en su desarrollo no es premeditada. Las asociaciones de vecinos de distintas parroquias, surgidas en los últimos años, buscan llenar las grandes carencias que el municipalismo es incapaz de resolver en La Aldea.


Las principales cuestiones a tratar por el Estatuto Parroquial podrían ser éstas:


Delimitación. El concepto tradicional de barrio y parroquia son suficientemente claros, fijados por tradición oral por lo que sus ámbitos geográficos, base de los asentamientos ancestrales, deben ser mantenidos.


La vecindad. Este es el concepto fundamental de la Aldea. Las antiguas ordenanzas parroquiales lo definían claramente, haciéndolo coincidir con la casa, con el llar. Los medios vecinos eran los solteros que tenían casa propia y las viudas. En la actualidad se mantiene esta misma idea de vecindad, vecino es quien tiene casa abierta, pero debería primarse a aquellos vecinos cuyas actividades estén vinculadas al Medio Rural. La vecindad puede perderse, dado que se puede expulsar a aquellos vecinos que no cumplan con sus obligaciones o tengan un mal comportamiento, cosa que ocurría en las ordenanzas antiguas.


El concejo abierto. Es la Asamblea General, la base de la organización jerárquica de la parroquia. Debe ser convocada al menos tres veces al año. El voto debe ser obligatorio.


El Consejo. En las antiguas ordenanzas parroquiales estaba formado por tres vecinos elegidos por el concejo abierto. Serán los jueces ante las posibles disputas.


Patrimonio. La modesta sede de estas entidades pueden ser las escuelas parroquiales, aunque por desgracia esto no será posible en muchos casos debido a que muchas de ellas han sido vendidas por los ayuntamientos. El primer paso para reafirmar la noción de parroquia entre los vecinos sería la cesión de estas construcciones por parte de los ayuntamientos, así se incentivaría la gestión y el cuidado del patrimonio común.


Competencias. Un nuevo concepto de lo comunal. Es necesaria hacer una regeneración de lo colectivo frente a lo individual. La aldea tradicional tenía unos fuertes lazos comunitarios, que fueron quebrados sistemáticamente con el desarrollo del Estado Liberal en el siglo XIX. La apertura de las erías en 1854, con la prohibición de su aprovechamiento reglado y comunitario, inició el declive de la aldea. Pero esa base comunitaria se resistió a morir, la andecha y la satisferia son costumbres de ayuda mutua que han llegado a nuestros días. Tampoco podemos caer en la idealización de La Aldea y lo aldeano; los vecinos no son ‘el buen salvaje’, tienen sus intereses, a veces tan mezquinos como los de cualquier otro grupo humano.


La mentalidad municipalista siempre miró a la Asturias aldeana por encima del hombro, la consideró subdesarrollada. Los habitantes de las villas, con su estatus urbano forman parte de esa ‘mentalidad intracolonial’ de la aldea respecto a lo urbano. Debe promoverse una implantación progresiva, con una misma estrategia pero desarrollando diferentes actuaciones dada la variedad de casos, y que no tiene porque ser uniforme en todos los territorios (recordemos que muchas parrroquias ya son periurbanas). No todas las parroquias tienen comunales, pero en cambio si pueden tener actividad urbanística, turística, caza, industria agroalimentaria... Las parroquias son el mayor “activo ocioso” de Asturias. En una primera etapa de implantación de la nueva base jurídica podrían obtenerse bienes comunitarios y generar actividades que vayan cambiando la mentalidad actual, con negocios planteados desde abajo, sin necesidad de funcionarios “expertos” y visionarios. Una etapa posterior debe profundizar en los conceptos de “emancipación, responsabilidad y autonomía”, base de las empresas cooperativas, logrando un efecto multiplicador de actividad.


El bosque y la Administración okupa. En Asturias son taladas todos los años cerca de un millón de toneladas de madera, la misma producción de carbón que tiene Hunosa, pero con unas plusvalías infinitamente mayores. Una gestión de los montes comunales, hecha desde la misma Aldea, y repartiendo los beneficios entre los vecinos de los barrios, puede traer mucha riqueza en poco tiempo y además conllevaría la disminución de los incendios, con los consiguientes beneficios medioambientales. No aprovechar este potencial es un despropósito; hasta se puede llegar a pensar que interesa una Aldea miserable.


El robo legal de los comunales llevado a cabo por los ayuntamientos y diputaciones en la fase tecnócrata del Régimen Franquista, por los años sesenta y setenta, refrendada y consentida en la etapa democrática, ha sido y sigue siendo nefasta. En Asturias muchos montes fueron enajenados a las parroquias por las administraciones públicas en un proceso que duró unos 150 años. El gobierno autónomo trató lavar la cara de este desaguisado en 1986 con la ley de parroquias rurales, que apenas ha servido para que esta cuestión sangrante tenga un pase. Esperemos que la nueva Ley de 2004 abra definitivamente el camino a una gestión local y eficaz de los recursos forestales asturianos.


Hay que promover medidas para que esta Ley se manifieste en el mayor número de parroquias posible. Además de la madera, el empleo de los desechos forestales como biomasa para la producción de energía renovable tiene también un gran futuro con perspectivas de alta rentabilidad. El actual manejo del castaño, árbol totémico de la aldea, abandonado desde hace más de 50 años a su suerte, es manifiestamente mejorable. La caza y la pesca locales deben revertir directamente en beneficios para las parroquias y aldeas. Los beneficios de renta que generaría este conjunto de medidas sería muy superior al del Turismo Rural, mejor repartidos y más sostenibles.


Industria agroalimentaria. La gestión comunal de La Aldea podrá generar una mentalidad nueva, alejada del modelo funcionarial que tanto daño ha hecho a Asturias. Una agricultura avanzada deber ser uno de los puntales de la nueva Aldea, donde la producción debe ser acompañada de su transformación y comercialización. El antecedente de Central Lechera, con sus ventajas e inconvenientes, y los ejemplos de la cooperativa gallega COREN o de la andaluza COVAP pueden servir de referencia. La comercialización eficaz desde la aldea aumentaría notablemente su riqueza


El urbanismo. Administrar como colectivo un territorio no es solo hablar de construcción, pues su monocultivo es mucho más peligroso que el del eucalipto. La actual planificación urbanística de La Aldea es de un simplismo que espanta, espejo donde brilla el desconocimiento profundo de lo aldeano. Para hacer un urbanismo del siglo XXI, no el ultraliberal que aparece todos los días en los periódicos, y adecuado a nuestra realidad cultural, debemos conseguir que las plusvalías de las actuaciones urbanísticas repercutan directamente en los vecinos de las parroquias afectadas. Si en los comunales se implantan actividades que generan negocio, los vecinos, como propietarios de ese suelo, deben obtener un alquiler continuado, revirtiendo al cabo del tiempo las inversiones inmobiliarias hechas en esos terrenos. Esto mismo lo hacen todos los ayuntamientos de las grandes ciudades con los aparcamientos subterráneos instalados sobre suelo público ¿Por qué no hacerlo en los comunales y con las cesiones urbanísticas en La Aldea? ¿Lo que es maravilloso en Gijón o en Oviedo por qué no lo puede ser en La Aldea?


El turismo. El conocido como Turismo Rural explota lo que MacCannell define como atracción del turista por la “etnicidad reconstruida”; es decir por “formas étnicas conservadas y mantenidas para la diversión de un grupo étnico distinto”.


En Asturias el turismo rural surgió en los años ochenta, medró en los noventa y en esta primera década del siglo XXI entró en crisis, al no evolucionar y proliferar en exceso, con una imagen ñoña, simplificada e infantil. Ha tenido sus aciertos indudables y ha supuesto una inyección de autoestima e ingresos en La Aldea, pero esa actividad económica ha tenido el alto coste de acelerar la desagrarización de La Aldea. El mayor inconveniente ha sido convertirse en un espejismo que ha ‘mareado la perdiz’, contribuyendo a que no se hayan tomado medidas que desde dentro de La Aldea generen respuestas a la falta de eficacia empresarial. A pesar de su inverosímil buena prensa ha sido más etnófago de lo que a simple vista pueda parecer. Y además es incapaz de resolver el problema clave del despoblamiento rural, generando dependencia económica de un sector lábil y de comportamiento impredecible a medio y largo plazo.


Cualquier fenómeno turístico provoca el travestismo del territorio que coloniza. Este travestismo se desarrolla en dos direcciones: en la arquitectura y en las pautas de comportamiento por parte de los indígenas. Si analizamos las arquitecturas de las Casas de Aldea observamos que el modelo “fabada litoral” se ha impuesto sin piedad. La sociabilidad claudicante y el hipertipismo, renunciar al bable, disculparse servilmente ante el turista porque llueve… han sido patrones de comportamiento generalizados. Y, además, los turistas han traído legiones de territoriantes por lo cual los vecinos han pasado de ser propietarios de la tierra a ser guardeses de aquellos territoriantes que han levantado una casina en el prau que ellos les vendieron: el cambio de categoría es notable, al pasar de propietario a mayordomo. Mucho hijos de estos mayordomos tendrán que conformarse con vivir en un piso de protección oficial en su capital concejil, ya que no podrá acceder a los nuevos precios de las parcelas de su pueblo. Y encima habrá que agradecer a la Administración esta limosna. Debe establecerse un Turismo Rural cooperativo y sostenible, secundario como sector económico parroquial, pues la producción es lo que debe imperar en el medio rural. Se debe pasar del modelo mítico de la Rectoral de Taramundi, que quizás nació anticuado (Muñoz de Escalona) a otro más ambicioso, que colabore en diversificar la economía de las parroquias. Sería perfecta una gestión cooperativa y generadora de una riqueza que se quede en La Aldea, algo que ocurre cada vez con menos frecuencia en el Turismo Rural asturiano: identidad y globalización podrían ser complementarias.

CONCLUSIONES

1º. La Aldea debe generar riqueza por sí misma, y crear su propio lobby. Para ello es necesario establecer un nuevo, y radical, Estatuto Parroquial, que sirva de marco legal para implantar un Urbanismo Local.


2º. La Agrópolis como futuro, un modelo territorial donde exista un equilibrio entre la conurbación urbana central y una nueva Aldea en el resto del territorio. Una Aldea que debe ser agraria, moderna, próspera y competitiva.


La Ciudad-Región es un modelo caduco, donde lo rural aparece como periférico, atrasado y marginal. Su lema, parafraseando a aquella escuela etnófaga de Pensilvania, es: “matar al aldeano, salvar al ciudadano”. Frente a la vetusta Ciudad-Región surge la idea de Agrópolis, una “simbiosis estructural y orgánica de ciudad y aldea, proyectada en un país para que en él vivan ciudadanos y aldeanos en equilibrio”. En la definición de Agrópolis brillan dos palabras: simbiosis y equilibrio. En ella no hay vencedores ni vencidos. Agrópolis es centrípeta, mientras que la Ciudad-Región es centrífuga, al desparramar sus suburbios sin control por toda Asturias.


El Estatuto Parroquial debe ser un revulsivo para desenredar el atraco realizado por los concejos okupas a las parroquias y recuperar la idea de vecindad, el sentido de lo comunitario. Pero de todo esto no hay traza, quizás por dos motivos: el profundo desconocimiento de lo aldeano y el inmovilismo de las administraciones asturianas instaladas en la galbana y el miedo al cambio. Pero basta de resignación. Exigamos una ley, un moderno Estatuto Parroquial para gestionar nuestra Aldea como hicieron los indios seminolas de Florida, quienes alcanzaron poder y prestigio social jubilando a los comancheros y gobernando su territorio. Reinventemos La Aldea y fijemos nuevas herramientas para proyectarla hacia los cambiantes retos del futuro: démosle por fin la patria potestad y retiremos la hipócrita tutela paternal.



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El Mazucu, valle de Caldueñu (Llanes). Paisaje Protegido del Cuera. Foto: Oscar Prada

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